miércoles, 13 de octubre de 2010

Así le digo al cura y así le digo a usted

He tenido una pesadilla como ninguna otra. En ella un amigo se comprometía y estaba a punto de casarse. El hecho me causó tanta aflicción que decidí hacer lo mismo lo más antes posible por lo que compre un anillo de juguete (de esos que valen dos monedas de 2 pesos) y le propuse matrimonio a una jovencita que saltó de la emoción y corrió a realizar los arreglos de la boda. Se fue y me arrpentí, pero ya estaba jodido.

Me desperté tan afligido que cuando conseguí dormirme de nuevo, en el nuevo sueño (donde los protagonistas eran globos gigantes, una prima que hace años que no veo y dos niñas pobres) no lo pude disfrutar porque mi yo del sueño seguía preocupado con el compromiso obtenido en la pesadilla pasada.

Digo pesadilla porque se trataba de una mujer que conozco y que no le basta con torturarme en vida. Extraño los días en que las los malos sueños se trataban de mounstros que, por más temibles que fueran, eran inofensivos una vez que despiertabas y, en el mejor de los casos, se hacían realidad. En estos momentos estoy como Di Caprio dandole vueltas a un trompo y no sabiendo dónde estoy, si es el sueño o la realidad. Me temo que la la vida es sueño.

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